La renta básica, el ingreso mínimo de ciudadanía, la renta mínima garantizada o/y automática… Diversas denominaciones para una idea semejante que avanza inexorablemente: trabajos, experiencias, debates, apoyos crecientes para la necesidad de que toda persona tenga el derecho a percibir, incondicionalmente, una cuantía de ingresos garantizados como instrumento para luchar contra la pobreza y la exclusión y para asegurar el efectivo cumplimiento del derecho a una vida digna.

Ha costado alcanzar el primer plano del debate. Como ocurre siempre con ideas novedosas, especialmente si son de calado social y progresistas, las amenazas de apocalipsis resuenan con fuerza para acallar las voces emergentes. La historia nos ha demostrado que los agoreros tristes rara vez acertaron, nunca se cumplieron sus pesimistas previsiones. Y va a suceder de nuevo en esta ocasión.

Las experiencias son cada vez más abrumadoras para mostrar que una renta mínima incondicionalno acarrea desastre alguno en el esfuerzo sino todo lo contrario. Eso sí, puede perjudicar gravemente, por ejemplo, la existencia de contratos basura.

 Cada vez más estudios aportan vías para asegurar la suficiencia sin necesidad de incrementar el gasto público de forma relevante. Aún más, los beneficios no se limitan a los obvios sino que se derivan también de las mejoras en el bienestar por el reforzamiento de todo aquello que el PIB no mide (como la economía de los cuidados o el voluntariado); o de la reducción en los gastos sanitarios y en el abandono escolar ligados a la pobreza y la exclusión.

A ese proceso de convencimiento progresivo, se ha venido a sumar recientemente un apoyo a la renta básica desde una perspectiva diferente. Tan diferente, que hasta en el Foro de Davos parece haber despertado interés.

Muy resumidamente, la reflexión es más o menos la siguiente. Los avances en la robótica aplicada están implicando una sustitución creciente de mano de obra no cualificada (y, a veces, cualificada) por máquinas inteligentes. Ese proceso conllevará un crecimiento del desempleo importante, desigualdades crecientes de renta, situaciones de pobreza cada vez más extendidas, dificultades para mantener la demanda global, ralentización consecuente del crecimiento… No hace falta resaltar que ese cuadro acaba provocando, está provocando ya, un grave y acumulativo malestar social que desemboca, antes o después, en graves inestabilidades sociales.

Como ha venido ocurriendo con cambios anteriores, es previsible que a largo plazo pudiera recuperarse un cierto equilibrio en los mercados de trabajo. Pero la visión dominante es que ese largo plazo puede ser muy largo. Y, en todo caso, ya se sabe, a largo plazo todos muertos.

Se defiende así la renta básica automática como una solución necesaria para evitar que el desempleo generado por el cambio tecnológico se convierta en una bomba social.

Sorprende, no obstante, que esta perspectiva aparezca ahora, parcial y relativamente tarde. El cambio tecnológico ligado a las nuevas tecnologías es todo lo contrario de nuevo, en el sentido de reciente. Sí es constantemente nuevo en la perspectiva que cada año nos sorprende con nuevos avances y que los procesos cambian a un ritmo vertiginoso.

Si a eso añadimos el gravísimo deterioro de nuestro planeta y la necesidad de tomar medidas para frenar el proceso autodestructivo que practicamos, no es fácil entender cómo seguimos anclados en debates y recetas ya anticuados.

Por ello, es esencial profundizar en cómo adaptamos nuestra sociedad global a esta nueva era. No podemos seguir en esquemas que se corresponden con el siglo XX y quedan obsoletos para el siglo XXI

Dentro de ese debate global que necesitamos, quizás sea el momento de cuestionar todo el modelo en su conjunto. Desde la mitificación del crecimiento como panacea (y la manera de medir el bienestar) hasta las soluciones neoliberales que han demostrado su fracaso.

Ese cambio exige una revisión especialmente profunda también en nuestra concepción del Estado de Bienestar, en nuestros esquemas presupuestarios, en las prioridades, en las necesidades que hay que atender y en la forma de aproximarnos a ellas. ¿Pueden seguir siendo los mismos nuestros esquemas tributarios? ¿Podemos aceptar las caducas formas de prestaciones asistenciales lentas, burocratizadas e insuficientes?

La implantación intensiva de robots no es un asunto de la tecnología sino que se extiende al cambio social en todas sus vertientes, desde el empleo, la fiscalidad o la renta básica, como muy bien señala el título de un anunciado debate.

Porque necesitamos una aproximación multidisciplinar, abierta y ambiciosa sobre hacia dónde nos llevan los nuevos entornos y hacía dónde queremos ir. Es fundamental definir bien los escenarios que tendremos que afrontar, fijar el horizonte deseable y orientar el rumbo en la dirección adecuada. Sabemos que la travesía no es sencilla. Pero si no definimos correctamente hacia dónde debemos ir, si no tomamos las medidas bien encaminadas, el naufragio está asegurado.

Fuente: http://www.bez.es/834039799/Robotica-impulso-renta-basica.html