Países como Finlandia o Estados Unidos debaten ya pros y contras de conceder un salario base a todos sus ciudadanos, como solución a la drástica destrucción de empleo que, según numerosos organismos económicos, provocará el disruptivo auge de la robótica.

A principios del pasado mes de febrero el gobierno finlandés hizo públicos los primeros resultados de un experimento sociológico que trataba de responder a la siguiente pregunta: ¿qué pasaría si cada ciudadano recibiese una renta por el simple hecho de existir?

En esta experiencia, que se prolongó durante 24 meses -entre 2017 y 2018-, el ministerio de Seguridad Social y Salud del país seleccionó aleatoriamente a 2.000 personas para que percibiesen 560 euros mensuales, con independencia de que ya tuviesen otros ingresos.

En el informe preliminar, dicho departamento concluyó que los participantes no fueron “ni mejores ni peores” encontrando empleo que los integrantes del grupo de control –personas seleccionadas al azar, que no percibían esta renta básica-.

Donde sí hubo diferencias, no obstante, fue en el estado de salud -tanto física como mental- de los ciudadanos de uno y otro grupo: “Aquellos en el grupo de prueba experimentaron significativamente menos problemas relacionados con la salud, el estrés y la capacidad de concentración que los del grupo de control”, señala el informe, que destaca además la percepción de “mejores perspectivas laborales” por parte de aquellos que cobraban la prestación.

El caso finlandés no es el primero en el que se ensayan iniciativas parecidas: desde finales de los años sesenta y hasta principios de los ochenta tanto en Estados Unidos como en Canadá se llevaron a cabo pruebas con impuestos negativos sobre la renta, basados en propuestas como las de Milton Friedman o James Tobin. La idea básica de estos impuestos es que aquellos ciudadanos que no alcancen un mínimo salarial perciban un dinero extra a través del impuesto de la renta que les permita alcanzar ese mínimo.

Otras experiencias piloto de este tipo se han realizado en algunas ciudades de países como Namibia, Kenia, Uganda, Brasil u Holanda, con resultados eminentemente positivos, aunque insuficientes para extraer conclusiones más amplias. “Aunque no debemos mitificar los resultados porque los experimentos son eso, experimentos, todos coinciden en algo: la mayoría de la gente que percibe una renta básica no deja de esforzarse”, apunta el catedrático en Economía Aplicada y exrector de la UNED, Juan Antonio Gimeno.

La propuesta de Yang

Casi al mismo tiempo que el gobierno finés presentaba los resultados de su prueba económica, Andrew Yang, un emprendedor estadounidense, anunció su intención de presentarse a las primarias del partido demócrata, que tendrán lugar en el año 2020, con una medida estrella bajo el brazo: dar 1.000 dólares mensuales a cada ciudadano norteamericano.

Según Yang, uno de cada tres trabajadores estadounidenses habrá perdido su empleo para el año 2030 debido a la robotización y automatización de procesos productivos y servicios.

Para anticiparse a este trágico escenario, el candidato demócrata propone implementar este ‘dividendo de la libertad’, con el cual espera, no solo erradicar la pobreza, sino también fomentar el consumo y potenciar el crecimiento de la economía del país. De acuerdo con sus tesis bastaría con importar el impuesto sobre el valor añadido de los países europeos, que situaría en el 10 %, para sufragar la RBU.

Aunque la idea de una renta básica no es nueva, -de hecho, fue acuñada en el siglo XIX por el economista británico Thomas Payne- ha vuelto a ganar adeptos en los últimos tiempos debido a las grandes incertidumbres que plantea la disruptiva revolución tecnológica, que cada vez va más de prisa.

En este sentido, la automatización y la robotización representan -como esgrime Yang- una gran amenaza para el empleo. Según datos de la Federación Internacional de la Robótica, la venta de robots de servicios -profesionales, domésticos o de entretenimiento- se ha disparado hasta los 11 millones de unidades en el pasado 2018 y seguirá aumentando a un ritmo de al menos el 20% anual en los próximos años. Además, el mercado de robots industriales crece cada año un 14 % y superará los tres millones de unidades en 2020.

Esta estadística no tiene en cuenta ciertas innovaciones, como los drones, los vehículos autónomos, el internet de las cosas o la inteligencia artificial; por lo que lo normal sería que la automatización -y consecuente devaluación de los empleos menos cualificados- creciese de forma aún más acelerada.

El futuro del empleo

Cuando se analiza el marasmo de informes elaborados por los principales organismos económicos internacionales en relación al futuro del trabajo humano, existe un mínimo común denominador: las máquinas afectarán negativamente al empleo.

Salvo el Banco Mundial, que insiste en que debemos ver la revolución tecnológica “como una oportunidad y no como una amenaza”, el resto de organismos económicos admiten que la creciente automatización generará mayores desigualdades.

El Foro Económico Mundial calcula que para el año 2020 las máquinas estarán a cargo de cinco millones de empleos que hoy desempeñan humanos. La consultora McKinsey eleva esa cifra hasta los 76 millones de parados en 2030, solo en Estados Unidos.

En su informe ¿Debemos temer la revolución robótica? (La respuesta correcta es sí), el Fondo Monetario Internacional admite que los robots ya pueden realizar una serie de tareas, hasta ahora reservadas a los humanos, de forma más rápida y económica que nosotros; y alerta de que “la productividad aumentará, pero los salarios bajarán”. De hecho, en una parte de este documento llega a afirmarse que “la automatización es buena para el crecimiento y mala para la igualdad”. En otras palabras, la robotización polarizará la sociedad entre trabajadores hipercualificados y trabajadores infracualificados.

En una línea similar se ha pronunciado esta misma semana la OCDE. En un informe denominado El futuro del trabajo, esta organización advierte que uno de cada cinco empleos en España pueden acabar en manos de máquinas y robots.

Las élites mundiales tampoco son ajenas a esta realidad, tan fantasiosa para algunos: “el desafío de la desigualdad”, “el futuro del trabajo”, “la inteligencia artificial” o la “computación cuántica”… fueron algunos de los temas tratados en la última reunión del Club Bildelberg, celebrada en Turín en junio de 2018.

“La evidencia empírica pone de manifiesto que los procesos de innovación tecnológica están contribuyendo a aumentar el empleo en los extremos. Hablamos de mano de obra muy o muy poco cualificada”, concluye Felipe Serrano, catedrático de Economía Aplicada de la Universidad del País Vasco, en cuya opinión “ese empleo está desapareciendo, no porque se sustituya directamente por robots sino porque a medida que esas personas se jubilan su puesto no se sustituye”. En resumen, se destruirán muchos más empleos de los que se crearán.

Renta básica universal ¿la mejor opción?

Llegados a este punto, la pregunta es obligada: ¿es la renta básica la mejor solución para paliar esa previsible destrucción de empleo?

Aunque en su reciente libro La renta básica: ¿Qué es, cuántos tipos hay, cómo se financia y qué efectos tiene? (Deusto, 2019) el economista Juan Torres no se posiciona a favor o en contra, admite que “parece un imperativo ético garantizar una renta mínima a todo el mundo”, si bien considera imprescindible especificar “en qué condiciones y con qué financiación”.

Por desgracia, no existe una respuesta unívoca a estas cuestiones, pues, a diferencia de la física, la química o la genética, la ciencia económica no es exacta, sino social; y, por lo tanto, trabaja más con interpretaciones que con realidades tangibles, pues las variables que maneja son tantas y tan dispares que tan solo pueden obtenerse aproximaciones, no certezas. Eso sin olvidar el trasfondo político.

Los partidarios de la renta básica la justifican fundamentalmente como un mecanismo que redistribuiría la riqueza de forma más efectiva que los instaurados hasta la fecha -subsidio por desempleo, pensiones, deducciones, reducciones, exenciones…-, cuyo fin último es mejorar el bienestar de los ciudadanos, el mismo, por cierto, que el de la economía.

Como se ha visto, los experimentos realizados hasta la fecha, como el finlandés, han puesto de manifiesto que la renta básica ayuda a mejorar la salud de las personas que la perciben, incrementa sus expectativas laborales y, en contra de la creencia popular, no los vuelve más holgazanes

El economista de la Universidad de Barcelona y presidente de la Red Renta Básica, Daniel Raventós, uno de los principales defensores de la renta básica en nuestro país, advierte de que esta prestación “no es la solución a todos los problemas” si bien la defiende como la mejor fórmula para “mitigar la pobreza”.

Algunos de sus detractores, por otro lado, aseguran que, debido al aumento desmesurado del consumo, las economías experimentarían inflación. Otros postulan que provocaría una grave polarización social, puesto que muchos elegirían no trabajar. Hay quien incluso anticipa que provocaría un ‘efecto llamada’, pues los vecinos del país donde se aplicase tratarían a toda costa de obtener la ciudadanía…

Otro importante foco de debate gira en torno a la financiación. A este respecto se han propuesto toda clase de ideas: que la financien las rentas más altas por medio del IRPF, que se sufrague a través de impuestos indirectos, a las tecnológicas o a los robots, combatiendo la evasión fiscal… Algunos han llegado a postular que comencemos a considerar personas físicas a las máquinas para que ellas costeen nuestro futuro.

Lo cierto es que, dada la pequeña escala de las experiencias realizadas hasta la fecha, resulta extremadamente complicado anticipar lo que sucedería si 500 millones de personas -como en el caso de la UE- comenzasen a cobrar una renta de sus respectivos Estados.

Renovarse o morir

A pesar de todas estas discrepancias, los economistas coinciden, sin excepción, en que los gobiernos deben adaptarse más rápidamente a los cambios y legislar en consonancia a los avances tecnológicos para que los aumentos en la productividad redunden en beneficio de los ciudadanos y no solo de las empresas, que sustituirán la mano de obra humana por el brazo robótico.

Con la llamada ‘tasa Google’ -un impuesto planteado por la Comisión Europea para gravar ciertos ingresos de las multinacionales de la economía digital, como Google, Facebook o Amazon- la UE por fin parece haber iniciado el camino para que parte de los incrementos de las GAFA -acrónimo de Google, Amazon, Facebook y Apple- se reintegren en la sociedad y no se pierdan en ignotos paraísos fiscales.

“El cambio tecnológico está provocando una asimetría muy fuerte en la redistribución de la renta. No solo está aumentando la diferencia entre ricos y pobres sino entre los propios ricos. Dentro del 1 % que se lleva todo el pastel ya se dan grandes diferencias”, admite el profesor Serrano, en cuya opinión la solución pasa por “un gran acuerdo” para que los gigantes tecnológicos comiencen a tributar lo que deben.

Para Torres, la “receta” se basa en hacer lo que a lo largo de la historia ha provocado que el progreso tecnológico sea una bendición para la humanidad: “Que el incremento de la productividad que trae aparejada la innovación tecnológica se reparta equitativamente, reduciendo las jornadas de trabajo y con políticas económicas que primen y potencien la actividad productiva y la creación de riqueza y no la especulación”.

Sin embargo, los expertos advierten que estos nuevos impuestos no serán suficientes para sostener el estado del bienestar, máxime si se tiene en cuenta que la natalidad está por los suelos y que la población de los países occidentales está cada vez más envejecida.

La revolución tecnológica en las que llevamos inmersos desde hace décadas evoluciona a un ritmo tan vertiginoso que nos impide ser conscientes de la cantidad de avances e ingenios que se anuncian cada día. Vivimos a caballo entre la innovación y la inmediatez.

En su último libro, Expuestos (Conecta, 2019) el emprendedor Sergio Roitberg anticipa que la sociedad humana evolucionará más en los próximos 20 años que en los 20 siglos precedentes. Sea o no la renta básica la opción más indicada, debemos anticiparnos, tener un plan a largo plazo y no a cuatro años, porque, a diferencia de las anteriores, esta nueva revolución no esperará por nadie. El tic-tac corre.

 

Fuente: https://www.elimparcial.es/noticia/200284/renta-basica-universal-una-alternativa-viable-para-vencer-a-los-robots.html