Comprometerse con la autonomía de las mujeres y la igualdad, pero también con no dejar a nadie atrás ni permitir que la crisis la paguen los de siempre, pasa por blindar el derecho a una base material innegociable. Para que nunca más el acceso a recursos dependa de un jefe, una pareja, o lo que venga publicado en el último BOE.

Los feminismos de base y apegados a las experiencias concretas y diversas de las mujeres pueden dar fe de una cosa: sin recursos materiales difícilmente hay autonomía.

Cualquier lucha por la emancipación de las mujeres enfrentará serias dificultades mientras que sus decisiones se vean supeditadas a la voluntad de otros —sean parejas, empleadores o el Estado mismo— por carecer de las condiciones materiales necesarias para respaldarlas. Los índices económicos no engañan, no hay lugar aquí para detallar de cuántas maneras las mujeres están generalmente en peores términos económicos que los hombres.

Las mujeres componen en gran medida el sector servicios y de cuidados, son conocidas la organización y lucha colectiva de muchas de quienes trabajan en estos ámbitos. Kellys, empleadas domésticas, trabajadoras en el sector de la dependencia, maestras infantiles.El maltrato económico a estas trabajadoras llena sus vidas de estrés y precariedad. Sus efectos van más allá: la mala remuneración y pobres condiciones laborales afectan a las personas cuidadas por más que las profesionales intenten compensar con su esfuerzo.

Las malas condiciones en los trabajos de servicios afectan a los entornos familiares de las empleadas, siendo en muchos casos estas mujeres las únicas adultas en familias monomarentales donde un solo salario tiene que dar para todo y en un mundo laboral pensado para personas que no cuidan.

Ni en las condiciones actuales de urgencia vital, ni en la emergencia e incertidumbre cotidianas hechas forma de vida que enfrenta gran parte de la población se entienden los reparos que vienen a menudo desde compañeras feministas a la hora de defender una renta básica, una asignación monetaria pública incondicional a toda la población, bajo el argumento de que las mujeres se quedarían en casa.

Las mujeres trabajan (trabajamos) incontables horas dentro y fuera de sus hogares, ¿es de la tentación de volver a casa de la que se nos debe proteger? ¿No tendría más sentido dotar a mujeres y hombres de una base económica suficiente para no trabajar ni una hora más de las 40 que marca la ley, para posibilitar que cada vez trabajemos todas y todos menos, y así repartir el empleo y los cuidados? ¿para decrecer?

Además, al ser incondicional la renta básica supera uno de los temas que han generado choques dentro de los feminismos: ¿Cómo reconocer el valor de los cuidados y al mismo tiempo evitar que este sea asumido solo por las mujeres? A diferencia de otras propuestas basadas en el salario doméstico, la renta básica no remunera específicamente el cuidado, por lo tanto, no empujaría a las mujeres a especializarse en las labores reproductivas reforzando así la división sexual del trabajo.

Tampoco abunda en la dinámica por la que el único modo de participación social posible y valorable para hombres y mujeres sería la integración en el mercado laboral, asunción que nos ha llevado al desprecio del trabajo reproductivo y a una profunda crisis de los cuidados.

Si algo nos tiene que enseñar esta crisis es qué trabajos son esenciales y cuáles no, nos ha quedado claro que no se puede prescindir del trabajo de cuidados tanto cuando este es remunerado como cuando es gratuito. Una renta básica dotaría a quienes trabajan en este sector de una mayor capacidad para negociar sus condiciones laborales. También liberaría para todas y todos, tiempo para dedicar a los cuidados.Evitar que sean las mujeres quienes principalmente usen el tiempo liberado para cuidar es algo que corresponde a otras políticas e iniciativas en el ámbito del cambio cultural y social. El hecho es que, aún sin renta básica, son muchas las mujeres que sacrifican su independencia económica para cubrir necesidades de cuidados. ¿No es feminista preocuparse también por su autonomía, por su existencia, por sus condiciones materiales de libertad?

También evidencia esta emergencia sanitaria que la universalidad de los derechos es fundamental. ¿Podemos imaginar esta situación sin que toda la ciudadanía tuviese garantizado el acceso universal a la sanidad pública? ¿Cómo es posible entonces que sea tan difícil hacer entender que todo el mundo debería tener garantizados como un derecho igualmente universal, los recursos necesarios para la vida? ¿Ni siquiera ahora, que la actividad económica se ha interrumpido y queda expuesta la fragilidad del sistema, vamos a entender que se requieren unos ingresos que nos posibiliten la existencia social? La universalidad de los servicios públicos no se pone en cuestión por no estar focalizada en situaciones de opresión específicas.

Porque sí, la universalidad también es feminista: lo sabemos porque cuando se privatizan y recortan los servicios básicos quienes salen perdiendo son las mujeres. No solo porque la desinversión en lo público se traduce en la precarización de masas laborales en gran medida feminizadas sino porque cuando las instituciones no se ocupan de los cuidados, suelen ser las mujeres quienes los hacen en sus casas.

Universalizar una renta básica, ahora de cuarentena, mañana como derecho constitucional, debería de ser un objetivo claro para un gobierno que se considera feminista: son mujeres quienes se encuentran en mayor situación de precariedad y van a verse económicamente más golpeadas por la crisis, son mujeres en la mayor parte de los casos quienes están lidiando solas contra el colapso con hijas o hijos a cargo, son mujeres las que tiene peores pensiones y mujeres son las que tiene peor capacidad de ahorro para hacer frente a imprevistos, y son muchas las mujeres que dependen materialmente de su pareja masculina.

Es justamente la defensa de un derecho universal lo que permite armar concepciones de la ciudadanía fuertes, que incluyan los derechos sociales, políticos y económicos que garanticen la libertad de todas y cada unas de las personas. La libertad republicana impugna que la libertad pueda desvincularse de las condiciones materiales de existencia.

En época de excepción nos preocupan nuestras libertades civiles, pero sabemos también que sin una base material que sustente nuestra libertad, nuestra capacidad de mirar a los ojos a cualquiera, de no inclinar sumisamente la cabeza, con o sin Estado de emergencia, es una quimera.

Así, si este gobierno está comprometido con la autonomía de las mujeres y la igualdad de género, si, como repite, está decidido a no dejar a nadie atrás ni permitir que la crisis la paguen los de siempre, — y en ese los de siempre hay un inmenso las de siempre— debe dar un paso al frente y blindar de una vez por todas el derecho a una base material innegociable.

Para ahora, que lo necesitamos más que nunca, y para siempre, de modo que nunca más el acceso a recursos de muchas personas, muchas de ellas mujeres, dependan de un jefe o jefa, una pareja, o lo que venga publicado en el último BOE.

 

Fuente: https://www.elsaltodiario.com/coronavirus/si-el-gobierno-es-feminista-que-decrete-una-renta-basica